Reflexiones
en un día de cumpleaños
22 de Agosto
Por: Luz Dora Castrillón
Hoy
estoy cumpliendo años. ¿Cuántos? Nunca me ha gustado publicarlo. No sé si son muchos o si son pocos: por momentos,
me parece que sólo hace unos años que vine a la vida y que apenas la
estoy comenzando. Veo sin embargo en
otros momentos, tan lejanas mi niñez y
mi juventud, que me parece que ni siquiera fui yo quien vivió todo
aquello.
Ese
uso de razón que tuve, no a los siete años, como se supone en términos legales,
sino, diría yo, desde los tres años, desde donde apunta mi memoria, y si se
quiere más atrás, me hizo darme cuenta de quién era yo, qué quería, qué no
quería y qué se me imponía, a lo cual respondía muchas veces con una rebeldía
innata, así sólo fuera para mis adentros, porque para los efectos externos, fui
siempre de lo más “modosita”. Era que
también, y aunque suene contradictorio, había en mí un deseo enorme de agradar.
Digamos entonces que, “hoy cumple un año más una hermosa
niña”, la primera de una familia de doce hijos, cantidad que no debe asombrar
en lo absoluto a quien conozca o haga parte de una familia antioqueña, todas
excepcionalmente numerosas.
El nombre que su mamá escogió para ella, Luz, unido al
que quería su papá, Dora, por el nombre de la protagonista de un libro que
recién por esos días leía él, y cuyo título o autor desafortunadamente nunca
supe, son su carta de presentación. Si
me hubiesen preguntado si quería ese nombre, sólo hubiese invertido el orden de
ambos, pero estoy segura de que esos nombres, de alguna manera influyeron en mi
personalidad. El significado de “Luz” es
obvio. Será por eso que me encanta la
luz y que detesto la oscuridad, pero que conste, para dormir necesito oscuridad
total! El significado de “Dora” es, en
hebreo, “regalo”. Espero que no suene a
vanidad, pero siempre he querido ser una especie de regalo para quienes me
conocen, una especie de luz para aquellos con quienes trato.
Desde
muy niña empecé a cuestionarlo todo y una vez que aprendí a leer, ya no quise
separarme ni un momento de los libros, del deseo de saber la verdad acerca de
todo lo habido y por haber, tarea ardua y de un éxito tan escaso, como puede
suponer cualquiera que lo intenta: sólo llegamos a concluir con el filósofo:
“sólo sé que nada sé”.
Este
constante ejercicio intelectual le abre a uno mucho la mente, pero las
incógnitas siguen ahí, inmensas, abrumadoras y con tantas respuestas como seres
humanos habitaron, habitan y habitarán la tierra:
·
¿Para
qué vinimos al mundo?
·
¿Cuál
es nuestra misión?
·
¿Cuáles
nuestros objetivos?
·
¿Cuál
es la mejor manera de lograrlos?
·
¿Por
qué el sufrimiento?
·
¿Por
qué la felicidad es tan esquiva?
·
¿Vinimos
al mundo con un destino, o nos lo labramos nosotros mismos?
·
¿Cuál
es, en todo caso, nuestra cuota de responsabilidad?
Qué difícil es el terreno de la moral: es como pisar
todo el tiempo sobre una cuerda floja, sin entrenamiento, sin barra de equilibrio. ¿Y la red?... “la paila mocha”! No siempre es fácil hallar, o querer seguir,
el camino correcto. Muchas veces es
obvia la relación Causa-Efecto, pero la toma de decisiones, desde el punto de
vista de los resultados, es siempre bien complicada. Ignoramos casi siempre si estamos acertando o
si nos estamos tirando de cabeza por un abismo.
Y, ¿cuántas veces hay que equivocarse para aprender de
los errores? Creo que muchas veces más
que setenta veces siete. Porque, no
importa que se trate de situaciones similares, o de circunstancias nuevas que
apenas conocemos, siempre tendemos a usar los mismos patrones de conducta,
haciendo a un lado lo que el buen sentido nos sugiere. Y es que el sentido común, es más escaso
de lo que parece.
Lo que he visto es que cada asunto nuevo exige una
decisión nueva, que no sabemos nunca si fue acertada o incorrecta, sino hasta cuando ya se hizo lo que pareció mejor
en ese momento. Es que cada momento es un momento nuevo; no importa cuántas
veces se haya repetido esta o aquella situación, nunca es seguro actuar de la
manera que, en su momento, nos reportó aciertos, o evitar repetir lo que de
algún modo no funcionó. Por más cálculos
que se hagan, siempre vamos dando palos de ciego y hay que ir “tocando de
oído”, como dicen los americanos.
Miguel Ángel Buonarroti decía: “ A mis 82 años, mi experiencia no es
mayor que cuando tenía 39”.
Continuando con las preguntas, “las del millón”, como
pregonaría cualquier programa de televisión:
- ¿Por
qué lo que tiende a darnos alguna satisfacción tiene siempre que ser
considerado como un pecado, que después de esta vida nos llevará
directamente al infierno?
- ¿Por
qué no nos es lícito sino aquello que implica renunciación, olvido de sí
mismo?. Dicho sea en forma jocosa: “todo
lo que me gusta, o me engorda, o es casado!”
- ¿Y,
qué es, en últimas el infierno?
- ¿Qué
es lo que hay realmente después de la muerte?
¡Ni para qué seguir preguntando! Sigamos viviendo lo que la vida nos traiga,
tratando de aceptar lo inevitable y luchando por lo que realmente podamos
cambiar, agradeciendo a Dios el don supremo de la vida.
Pero, qué es la vida? Yo digo que la vida es una lucha constante
por la supervivencia, una evolución continua, un cambio, un nacer y morir
constantes, un reto de todos los días.
Podría decirse que si uno no va con los tiempos, los tiempos acaban con
uno.
Todos tenemos un rol que debemos interpretar ante el
público, a medida que vamos leyendo el libreto. Nadie se escapa de llevar una cruz, no
importa lo que muestren las apariencias: belleza, riqueza o poder. A muchos, esa cruz termina por aplastarlos,
pues no es fácil caminar graciosamente y cargar con elegancia esa cruz. Sin embargo, puestos a escoger, casi todos
optamos por la que tenemos, pues nos decimos que es “mejor malo conocido, que
bueno por conocer”.
En el camino vamos dejando hilachas
de vida en todos los alambrados, pero es importante aprender a jugar lo mejor que
podamos con las cartas que tengamos a mano; no sentarnos a esperar tiempos
mejores o a vivir pensando en los que ya se fueron, pues, parecemos
deleitarnos en flotar en un aire de irrealidad: Si vemos un hermoso ramo de
flores naturales, solemos exclamar: ¡Qué bellas; parecen artificiales! Y si son hermosas también, aunque
artificiales, decimos: ¡Qué lindas; parecen naturales! Siempre parecemos estar
más en lo que “pudiera ser”, que en lo que realmente “es”.
Los consejos que me he dado a mí misma a través de los
años, y que me permito dar ahora en mi papel de hermana mayor, no dejando de
recordar lo dicho por Oscar Wilde: “Los buenos consejos que me dan, sólo me
sirven para pasárselos a otros”, en fin, seguir los consejos que me doy, me ha
reportado llevar una vida bastante
equilibrada y alejada de mayores conflictos. Podría resumirlos así:
- Es
importante ser protagonistas de nuestra propia película, vivir nuestra
propia vida, no la vida de los otros (padres, hijos, etc.) Hacer lo que nos corresponda hacer, sin
esperar a que otros se hagan cargo de nuestras respectivas responsabilidades.
- Tener
a alguien a quien amar, y no sólo me refiero al plano pasional, es tan
importante como sentirnos amados, pero, en lo posible, no dependamos de
esos amores. La gran meta, por
cierto bien difícil, es aprender a “desapegarnos”, como aconseja Tony De
Mello. Debemos aprender a depender
lo menos posible de los demás, a ser buenos compañeros de nosotros mismos.
- No
anatematizar la soledad, por el contrario, aprender a convivir con ella,
pues, cada uno de nosotros atravesamos nuestro propio e invisible camino;
y, en última instancia, por más personas que nos rodeen, cada quien nace y
muere solo, a su turno.
- Es
conveniente mantener, por otra parte, estrecho vínculo con nuestros
allegados, vale decir, con aquellos familiares y amigos que de verdad sean
“santo de nuestra devoción”, ya que cultivar la soledad no significa en
modo alguno que debamos convertirnos en unos ermitaños amargados y
huraños.
- Tener
uno o varios intereses en la vida, hará que nunca nos sintamos aburridos,
pues no hay cosa mejor que emplear el tiempo libre en algo que de veras
nos guste hacer. Cabe anotar que la
música es, entre todas las bellas artes, la que más placer al alma puede
producir. Y agrego: quien es sensible a la música, por lo
general es intrínsicamente bueno.
Hay un proverbio que
reza: “Entra sin temor allí
donde se canta; la gente mala no tiene canciones”.
- Procurar
no hacerle mal a nadie y, al mismo tiempo, no tolerar pasivamente que nos
lo hagan. Siempre que esté a
nuestro alcance, tendámosle la mano a quien nos necesite, pero no
confundamos servicio con servilismo.
- Más
allá de respetar a los demás, tratemos de no molestarlos. Hago mía la frase de una canción que
dice que “No es bueno el que te ayuda, sino el que no te molesta”. No le impongamos a nadie nuestra
compañía, ni los abrumemos con nuestros problemas. Tampoco obliguemos a nadie a que se
“confiese” con nosotros, pero estemos prontos a dar un consejo si nos lo
piden.
- Para
hacer felices a los demás, no tenemos que olvidarnos de nosotros
mismos. Luchemos honestamente por
nuestros derechos, teniendo en cuenta que el derecho primordial de los
seres humanos es a ser felices, pero recordemos que el derecho nuestro
termina donde empieza el de los demás.
- Demostremos
sin temor nuestro afecto por los demás, eso sí, sin esperar
correspondencia; que si ésta se da, sea un regalo que aceptemos
encantados, pero nunca forcemos a nadie a que nos quiera. El amor y la amistad, la química entre
dos personas, tiene que brotar espontáneamente. Si actuamos con amabilidad, con
sinceridad y con honestidad, de seguro siempre tendremos “público a
nuestro favor”.
- Seamos,
además, lo más discretos posible en todas nuestras actuaciones. Evitemos al máximo el chisme y la
mentira, pero, sobre todo, no nos
digamos mentiras a nosotros mismos.
Hay que aprender a “frenar la lengua”, porque si algo hay que
más pronto se pague son las palabras con las que ofendemos o humillamos a
alguien.
- Trabajemos
con lealtad y responsabilidad, pero
no hasta el cansancio. Hay que
aprender también a descansar. Por
otra parte, tratemos de no entregarnos demasiado a ninguna causa. Siempre he sostenido que la decepción
es directamente proporcional al tamaño de la entrega.
- En
las relaciones con los demás y para nuestra propia salud mental, es muy
importante saber reírnos no “de” sino “con”, pues es abismal su
diferencia. El sentido del humor
salva cantidad de verdaderas situaciones de conflicto.
- El
odio y la envidia son sentimientos que nos dañan no sólo el corazón sino
todo el organismo, un inútil derroche de energía. Quien odia o envidia, segrega veneno que
contamina todo lo que toca.
- Defendamos
a capa y espada nuestros principios y no permitamos que nos manipulen.
Pasando
a otras consideraciones:
Yo
solía ser muy dogmática y categórica en calificar “a priori”, todo lo que veía
pasar aquí o allá. Con dificultad, he aprendido que “juzgar” es muy fácil, pero
realmente “saber” es otra cosa. Hay mil
y una motivaciones que desconocemos, que obligan a las personas a obrar de tal
o cual manera.
Y no se trata solamente de hacer juicios sobre la moral
de las acciones de los demás.
Evidentemente, la maldad existe y hay crímenes que claman justicia al
cielo. Pero al referirme al término
“juzgar”, la verdad es que nos inmiscuimos más de la cuenta en todo lo que
hacen o dejan de hacer los demás; opinamos sobre lo divino y lo humano,
creyéndonos dueños de la “verdad”.
No se trata tampoco de volvernos insensibles o
indiferentes, pero si, en cualquier caso determinado, el asunto no nos incumbe,
debiéramos tratar de mantenernos al margen.
Agregaría algo que siempre he pensado al respecto y es
que todo el mundo “sabe” cómo resolver la vida de los demás; y no nos damos
cuenta de que nadie le puede enseñar a vivir a nadie. Si la lucidez que uno tiene para
“resolver” los problemas de los demás, la utilizara para los propios,
seguramente que nuestras vidas se desenvolverían con muchos menos conflictos.
Por
otra parte, cuando alguien se siente mal, solemos elevarle el ánimo haciéndole
el “inventario” de lo que tiene, y me parece que eso no le ayuda en absoluto;
generalmente cada uno sabe con exactitud lo que posee, pero también, sólo cada
quien sabe de qué carece, y por qué es su queja. Dejemos que cada persona elabore sus propios
“duelos”; sólo oigámoslos con simpatía, y ya él o ella se buscará sus propias
soluciones, pues cuando uno se siente perplejo acerca de qué hacer, y no sabe
aconsejarse a sí mismo, optar por la solución que otros le dan, muy
probablemente no resolverá su problema particular.
Ahora bien: cavilando sobre los “sí”, pero “no”, se me
ocurre que, si en vez de físico, Einstein hubiera sido psicólogo, su famosa
Teoría de la Relatividad, se hubiera referido a la “relatividad” de los
conceptos que manejamos los seres humanos, algunos con un fanatismo e
intolerancia a ultranza.
Los llamados “valores” muchas veces son sólo tradiciones
que estuvieron a lo mejor bien para su época, pero que no necesariamente
hicieron a la gente más buena o más feliz.
Veamos algunos ejemplos:
El pudor y el recato exagerados se pueden volver mojigatería,
ahuyentadora del sexo opuesto, tan contraproducente como el demasiado descaro,
que raya en ordinariez ridícula. La tolerancia
y la paciencia dejan de ser virtudes tan recomendables cuando se
exageran. Estas pueden convertirnos en
alguien tan débil y tonto que cualquiera puede abusar de nosotros a su antojo; no
hay nada que envalentone más a un “matón” que ver la debilidad de sus víctimas.
Cuando nos dicen: “Tienes que respetar la autoridad”,
ésta generalmente es la pretendida por quien así nos habla. Qué tal, cuando esa autoridad la ejercen
algunos como signo de poder ante los inferiores, Vr. Gr.: Policías que golpean
salvajemente a los que atrapan, así se trate de delincuentes de marca mayor;
gobernantes corruptos que se enriquecen a costillas de los contribuyentes;
esposos o padres que se creen “dueños” absolutos de una mujer o de unos niños;
padres o madres que a gritos o a golpes quieren que sus hijos se rindan a sus
demandas, tan sólo por esgrimir un título que en muchas ocasiones les queda
grande! ¿Quién puede moralmente obligarnos a respetar tal autoridad?
El orgullo nos ha sido enseñado como un anti
valor. Yo pienso que el orgullo sólo
debe ser bien encausado para que no convierta a alguien en un ser narcisista y
prepotente, chocante y odioso a todas luces.
Por el contrario, un sano orgullo es el responsable de nuestra
autoestima, nos muestra nuestro justo valor y nos ayuda a colocarnos en el
lugar adecuado dentro de la sociedad. Mi
mamá solía decirnos: “¡Qué bueno que el orgullo pudiera inyectarse!”
La “clase” no es sinónimo de riqueza; y por
importante que cualquiera llegue a ser, jamás debe humillar o menospreciar a
nadie.
Igualmente, la humildad no se opone a la dignidad,
ni es sinónimo de pobreza o de baja categoría.
Humildad es sólo la serena aceptación de las propias limitaciones.
Para corroborar las anteriores apreciaciones, citaré un
párrafo de un artículo que describe la personalidad de los Palestinos en
Hebrón:
“Allí, las estrechas relaciones
familiares se convierten en dependencia; la cautela, en temor y falta de
ingenio; la persistencia en terquedad y la frugalidad en mezquindad”.
Obviamente, esa descripción no se ajusta única y
exclusivamente a los Palestinos.
Podríamos así seguir enumerando virtudes y defectos que tienen su parte
“relativa” y se convierten entre sí, en sus opuestos.
Añado, además, que no hay que asustarse cuando afloren a
nuestra alma cualquiera de los sentimientos negativos que en un momento dado, y
por el abanico de circunstancias en que la vida puede colocarnos, se presenten
dispuestos a arrebatarnos la paz interior.
Lo que si no podemos permitirnos es dejar que cualquiera de esas
“enfermedades” del alma, se vuelva crónica y se enquiste, por así decirlo, en
nuestro modo de ser.
Pasando a otra cosa: es saludable llorar los
acontecimientos tristes que nos lleguen, pero, hay que permitirle al corazón
encontrar su propio proceso de curación y no convertirnos en unos seres
amargados; llega un momento en que definitivamente, “hay que guardar el
pañuelo”.
No dejemos tampoco que la falta de interés en la vida se
convierta de ocasional, en hastío habitual, que a su vez, también puede surgir
como manifestación de cansancio por el derroche incontrolado de placeres.
Puede que en algún momento nos falte la fe, pero no lo
convirtamos en total escepticismo.
Las explosiones ocasionales de ira por algo que de
verdad nos duela, no es muy saludable que digamos “tragárselas”, pero sí
debemos cuidarnos de que esas iras se manifiesten constantemente por lo más nimio;
nadie tiene por qué cargar con nuestro mal genio.
Un
optimismo exagerado nos lleva a desprendernos de la realidad,
convirtiéndonos en unos ilusos, habitantes de otro planeta. De igual manera, una constante actitud
negativa nos pondrá en camino de la autodestrucción o depresión crónicas.
En resumen:
debemos tratar de lograr el
equilibrio lo más posible; ubicarnos en
el justo medio de todas las cosas, aunque existe ciertamente una virtud que no
admite términos medios y ésta es la honestidad.
Por lo demás, “si en algo nos
excedemos, que sea en bondad” , pero, ¡ojo!
No la confundamos con “bobada” , por el hecho de que ambas empiecen por
“B”.
Tal parece que, olvidando uno de mis refranes favoritos,
cual es el de que “lo bueno, si breve, dos veces bueno”, me he extendido en estas consideraciones más de lo que me
propuse al titularlas “Reflexiones en un día de Cumpleaños”.
Estas
son, en todo caso, mis opiniones muy personales, resultado de toda una vida de
atenta y constante observación, no sólo de mis propias experiencias, sino de
las de mis allegados y conocidos, de los libros que he leído, en especial
biografías, amén de los acontecimientos mundiales de que dan cuenta los
noticieros, en fin, de saber de los dramas que a diario vemos enfrentar a tantos
individuos, en la siempre vertiginosa carrera que todos llevamos, en muchas
ocasiones, sin siquiera saber a dónde nos conduce.
Por lo demás, me declaro absolutamente profana en los
temas que he tratado y no pretendo, en ningún momento, posar de psicóloga ni de
escritora. Tampoco pretendo que mis
comentarios orienten ni desorienten a nadie, pero el hacerlos, me ha ayudado a
establecer una mejor comprensión de mí misma, y en general, del complejo ser
humano.
A quien las pueda encontrar de utilidad: “Be my guest”!, como diríamos en inglés.
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