domingo, 10 de enero de 2016

DE AMORES Y DESAMORES


   
De amores y desamores...
Por Luz Dora Castrillón

 

Podría hacer muy larga mi historia amorosa, aunque en ningún momento y de ninguna manera escandalosa, pero repasando mentalmente a todos quienes de alguna manera hicieron parte de ella, y decantando y atribuyendo su justo valor a todas mis vivencias en el campo del corazón, veo que no vale la pena hacer cuenta de uno por uno, aunque, obviamente tengo muy presente  los distintos eventos que viví. Puedo sí, en todo caso, llegar a la conclusión de que, a pesar de que en su momento, creí estar enamorada más de una vez, siempre lo estuve más del amor, propiamente dicho, que de alguien en particular. Esto me hizo idealizar mucho más de la cuenta la supuesta “magia” que envuelve el romance.  Tal idealización me hizo además sufrir más de una decepción, me hizo darme de cabeza contra una invisible gama de complejidades. Por los muchos pretendientes que aspiraron a mi “blanca mano”, puedo deducir que no fui propiamente una chica mal dotada físicamente. Al mismo tiempo,  mis  tantos “pretendidos”, a quienes no logré interesar lo suficiente, fueron mi “cable a tierra”, y me hicieron comprender que debía bajarme de la nube, lo cual, aunque no minaba del todo mi autoestima, sí me hicieron bastante escéptica y recelosa.  Ahora puedo darme cuenta de que “pretendidos” y “pretendientes” sólo tenían una cosa en común, y era que “yo no era la adecuada” para ninguno de ellos, por una u otra razones. Yo tenía una cota demasiado alta de “requerimientos”, la cual no era fácil que un candidato X pudiera llenar.  Pedía sobre todo la altura moral que yo misma me sentía en capacidad de dar,  y eso no pude ver que se diera propiamente silvestre. Con todo, parece que Dios tenía otros planes para mí, y cuando, muy sobre mis treinta años, ya me había casi hecho a la idea de que terminaría mi vida sola, apareció alguien que, para variar, y como era un poco mi costumbre, intenté rechazar sin siquiera conocerlo, pues cuando una de mis hermanas, intentó presentármelo, yo, bastante contrariada le espeté:  Un costeño “guapachoso” y mal educado, ¿para qué lo quiero? Pero, sucedió que todo fue conocerlo y decidir que tendría que recoger enteramente mis palabras, y empezar a vivir una historia de amor, que de verdad podría empezar como la canción:  “Mi vida comenzó, cuando llegaste tú... Porque antes en sus páginas hay tantos desengaños, mentiras y fracasos, en cosas del amor...” No fue fácil en todo caso, esta relación, pues se trataba en primer lugar de alguien que vivía lejos y quien además, venía de dos relaciones bastante frustrantes para él, ésta última en proceso de divorcio,  pero, creo que ambos adivinamos que éramos exactamente la persona indicada para el otro.  Como dije, él vivía en Estados Unidos, pero a partir de nuestro encuentro, y tres días después de que terminó su visita a Medellín, empezó a escribirme a diario, cartas llenas de sentimiento, las cuales contestaba yo inmediatamente, y que  a  causa de las demoras del correo, llegaban de a tres, de a cinco, en fin.  Igualmente, él viajó de nuevo a Medellín, en varias oportunidades más, y concretamos matrimonio,  unos ocho meses después de habernos conocido.   El 17 de noviembre de 1979,  viajé yo a Miami para conocer a su familia,  y por una extraña razón, fui devuelta desde el propio aeropuerto,  pues las autoridades de Inmigración, supusieron una truculenta manera de que yo me quedara en los Estados Unidos, dado que sólo portaba Visa de Turismo, y que para casarme debía haber pedido otro tipo de Visa.  Este episodio fue en verdad de los más horrorosos que yo haya podido vivir, una verdadera pesadilla, pues me vi de buenas a primeras en la cárcel en Bogotá, de un día para otro, mientras el DAS comprobaba, que no se trataba para nada de ningún caso punible, y que yo era sólo realmente una mujer enamorada, sin ninguna clase de pasado delictivo.  Todo se debió a falta de información y, por qué no decirlo, de ingenuidad de mi parte, que cargué con todas las cartas que mi novio me había escrito, y que evidentemente mostraban nuestra intención de casarnos. La extraña razón a la que me refiero, incomprensible para mí en aquel momento, se hizo razón evidente, que el cielo buscó para que yo pudiera estar presente en la muerte de mi papá, que ocurrió exactamente ocho días después, el 24 de noviembre. Pasado este mal trago, logramos conseguir la Visa adecuada, y en marzo de 1980 viajé, ya sin problemas, y pudimos contraer matrimonio el 24 de marzo.   Este fue un pequeño cuento que escribí, en junio de 1979,  con motivo de habernos conocido, y basado en una historia que él me contó de sus años de estudio en el Seminario de Santiago de Cuba, y era que con una “soguita” de oro, él se hacía a la idea de que pronto saldría de allí, pues no era propiamente su vocación hacerse sacerdote y únicamente estaba en el Seminario, por ser su única oportunidad de estudiar.  Lo hice utilizando además las cosas que yo le había contado sobre mi ciudad, y con las cosas que a él se le ocurría decirme sobre ella. Y usando, además, el apelativo y los muchos y originales  piropos que él le dedicaba a “su Chiquitita”:



Un Cuento...

Érase una Chiquitita que vivía en una bella ciudad, situada a 1.500 metros sobre el nivel del mar, y a dos pulgadas bajo el cielo.

La Chiquitita se encontraba muy sola y muy triste y una hermosa noche llegó a la ciudad, desde un país lejano, un Príncipe encantado, que al igual que la chiquitita se sentía completamente solo.

El Príncipe traía una soguita de oro, que tenía la virtud de transformar en realidad cualquier ilusión del Príncipe:  bastaba con extenderla a donde quisiera y enlazaba para sí su sueño.

Cuando el Príncipe vio por primera vez a la Chiquitita, le pareció muy linda y hasta creyó que era “hecha a mano”.  Inmediatamente pensó en tenderle su soguita de oro.

Ella alargó su mano y la tocó, y como en un hechizo, la Chiquitita y el Príncipe se sintieron enlazados para siempre, en la más dulce historia de amor.


Desde entonces, fueron felices y comieron perdices...

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