Mi concepto de Dios
Por
Luz Dora Castrillón
Desde
que el hombre habita la tierra se ha preguntado ¿Quién es Dios?. Y para esta pregunta no hay en modo alguno,
una respuesta que pueda llamarse “concreta”, porque el concepto de Dios es
ciertamente mucho más que la simple y llana definición del diccionario: “Ser supremo y conservador del universo”.
Religión es la relación del hombre con Dios. Existen muchísimas religiones en el mundo,
cada cual con su propia creencia acerca de Dios. Por ejemplo:
la Musulmana llama a Dios “ALÁ”.
El Judaísmo lo llama “YHAVÉ”. Los
distintos grupos indígenas del mundo, Incas, Mayas, Aztecas, Chibchas, por
citar unos cuantos, todos coinciden en adorar en todo caso a alguien
“SUPERIOR”.
Aunque
los primeros pasos en el sentido religioso debemos aprenderlos en casa,
pues como alguien decía: “la religión
debe mamarse”, hay, sin embargo, en este trascendental asunto, cual es nuestra
propia experiencia de Dios, un camino de “desaprendizaje”, según Tony De Mello.
¿Cómo? Mediante el uso adecuado del
llamado por Sam Kein “detector de tonterías”, aplicado a infinidad de conceptos
y teorías que nos dejan en definitiva en la misma ignorancia; conceptos que nos
muestran a Dios como el Ángel vengador, espada en mano, dispuesto a cortar
cabezas, o como un Ser poderoso que nos envía toda clase de males, o como un
Ser de Luz, o como una Energía creadora, o como un mágico talismán, un fetiche
alejado de templos.
Sectas
y sectarios interpretadores de la Biblia, se hacen pasar como enviados directos
de Dios, y brindando toda clase de “curas mágicas”, o predicando toda suerte de
desastres, con charlatanería barata, tratan de “vender” el cielo a los
incautos, a aquellos a quienes les falta la fe genuina.
Por
eso, quien logre desarrollar una religiosidad adulta, libre de fanatismos y
arcaicos conceptos o de renovadoras teorías, puede estar seguro de no sufrir
neurosis o paranoias, según lo afirma Vincent Peale.
Para
quienes nacimos bajo la fe católica, DIOS es el Creador de cielo y tierra;
de todo lo visible y lo invisible, así reza nuestro Credo. De hecho, lo llamamos “SUPREMO HACEDOR”. Él es el principio y fin de todas las
cosas. Él es el dador de la vida. Todo lo que somos, nos viene directamente de
Él, porque Él nos creó a su imagen y semejanza y por Él nacemos, nos movemos y
existimos. Él es la Omnipotencia
infinita. Él es la Bondad. Él es el AMOR.
Siguiendo
con la idea católica de Dios, Él es PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO. El
insondable Misterio de la Santísima Trinidad: Tres Personas distintas y
un solo Dios Verdadero. Y al decir
“misterio”, no nos es dado entenderlo,
pero lo proclamamos por la Fe.
Así
mismo, la segunda Persona de esa Trinidad, el Hijo, es Nuestro Señor
Jesucristo, que fue enviado por el Padre, para que, tomando nuestra
condición humana al nacer de la Santísima Virgen María, nos diera a todos la
posibilidad de la salvación eterna; todo ello se concretó en la ofrenda del
mismo Señor Jesucristo, por su muerte en la Cruz.
Pero
en fin, a Dios, en todo caso, no se le puede intelectualizar. A Dios hay que “vivenciarlo” y eso sólo se da
a través de la experiencia de vida de cada ser humano. De la misma manera que no podemos explicarnos
el perfume de una flor, sin embargo lo percibimos, así, la experiencia de Dios
es algo que tiene que venir de dentro de nosotros, no de afuera.
La
manifestación de Dios es su Voz dentro de nosotros. Es esa voz interior, esa chispa de conciencia
o intuición, que desde el fondo de nuestro corazón nos dice lo que está bien o
lo que está mal, de acuerdo con nuestro propio código moral.
La
manifestación de Dios es también la maravilla que se nos muestra constantemente
en la perfección de la naturaleza, en el sol, en el cielo, las estrellas; en su
belleza y armonía y, sobre todo, en lo grandioso del ser humano en sí.
JESUCRISTO es para nosotros, católicos,
no sólo una realidad histórica, sino, como Él mismo nos lo enseñó, EL
CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA.
Pues
bien: Este es mi Credo, esta es mi Religión y este es mi Dios, por
bautismo, primero, y por convicción, después.
Trato de “practicar la presencia de Dios”, como aconsejaba un
místico. Dentro de mí no lo siento como
un Dios castigador sino como orientador justo y trato de cambiar aquello de
“temor a Dios” por “Amor a Dios”, pues sé que el amor es su esencia misma.
Él
conoce nuestras debilidades y nos ayuda a sanarlas. Él sabe de qué material tan duro y a la vez
tan frágil nos hizo y nos juzga según nuestra propia capacidad de entendimiento
y en su momento, da a cada quien su premio o “lección” (no me gusta llamarlo
“castigo”) por todas las obras buenas o malas que hagamos en esta, nuestra
única vida.
Siento
que Él es quien me inspira mis sentimientos de bondad. Siento que Él habita en mí, igual que lo hace
en el corazón de todos los que le aman.
A Él me encomiendo constantemente, desde lo más insignificante hasta lo
más complejo, y le encomiendo siempre a los que amo. Estoy plenamente convencida del poder de la
oración, que es inmenso. Con la oración
le hablamos a Dios y con la meditación, Él nos habla a nosotros. Hay una frase que lo resume así:
“La Oración es la fuerza del hombre y
la debilidad de Dios”.
Estoy
segura de que Él me acompaña siempre y de que guía mis pasos por el sendero
correcto. Me repito siempre: Confía
en Dios plenamente, pero haz tu parte;
y cuando considero que he hecho mi parte, le digo a Dios: Señor,
ahora haz la tuya!
Me
identifico completamente con este hermoso pensamiento acerca de Dios:
“Dios no tiene hijos preferidos.
Él es el preferido por algunos de sus
hijos”
Si lo encuentras, síguelo. Él te espera siempre.
Mi Oración
Señor Jesús, yo te amo.
Hoy te entrego el control de mi vida.
Haz de mí la persona que Tú quieres
que yo sea.
Sé mi luz, mi fortaleza y mi Paz,
Hasta que me lleves a la Casa del
Padre.
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