domingo, 22 de julio de 2012

Reflexiones profanas

Esta nota la escribí hace algún tiempo, cuando una de mis hermanas fue diagnosticada de un tumor cerebral. No pretendo en modo alguno "descalificar" a tantísimos profesionales de la medicina que, particularmente en Colombia, son excelentes, y que hacen del ejercicio de su medicina un verdadero apostolado. Mis respetos para todos ellos.  Este  artículo es más bien la descripción del sentimiento que se apodera de nosotros cuando la terrible realidad nos abruma y nos llena de preguntas sin respuesta...

Reflexiones profanas


Ante la terrible e irreversible enfermedad de mi hermana, uno de los seres más positivos con los que uno pudiera encontrarse, son muchísimas las reflexiones que se suscitan en torno de la vida y sobre todo de la muerte.

Una de estas reflexiones es:  ¿Sirve de algo el “pensamiento positivo”, para evitar que un mal cualquiera nos llegue de repente?  Esta escuela tan de moda trata de hacernos creer que todos los males se pueden “exorcizar” con sólo la voluntad, la meditación, los ejercicios de respiración adecuada.  Definitivamente me parece que todo esto es una total falacia; pamplinas inventadas por vividores de turno que, amparados en sus supuestos conocimientos e idoneidad de filósofos o de médicos de tales o cuales pomposas universidades, arrastran a miles de incautos que, “embobecidos”, esperan ávidamente la solución mágica a todos sus problemas, pues ellos les hacen creer que si están mal económicamente, que si padecen una enfermedad pasajera o terminal, sus males pueden desaparecer como por encanto con sólo emplear estas técnicas  y que sólo sufren por bobos. 

Otras preguntas que se me ocurren son:  ¿Vale la pena luchar tanto, entablar una batalla que de antemano sabemos perdida,   para llegar al mismo punto?  ¿En qué punto es lícito darse por vencido?  ¿Dónde termina la fe y comienza la ilusión vana?  ¿Por qué los médicos se empeñan en hacernos creer que un tratamiento tan doloroso como la quimioterapia, es la oportunidad de prolongar una vida que, bien saben ellos, no ofrece otra garantía que alargar  indefinidamente una situación,  llamándola “darle al enfermo calidad de vida”?  ¿Acaso la “calidad de vida” no dejó de serlo, desde el mismo momento en que se recibe un diagnóstico de “terminal”?  ¿Quién puede decirme si todas estas elucubraciones son “pesimismo” o sólo realismo?  Desde luego que dar respuesta a todas estas inquietudes es realmente muy difícil, por no decir, imposible.

Es lógico que todos queramos sentirnos libres del yugo que llevamos, y que queramos erradicar, a como dé lugar, los problemas de todo tipo a los que en todo momento nos vemos enfrentados, y es humano que busquemos, el remedio a nuestros males.  Esto no sólo es humano, sino que es nuestra obligación.  Lo que nos cuesta admitir  es que este es un valle de lágrimas y  lo único que podemos hacer siempre es tener confianza en que Dios nos lleva de Su Mano, aunque a veces sea por caminos tortuosos, que no acabaremos de comprender del todo.  Me parece que lo único que podemos hacer es orar para que nuestra fe no desfallezca, mientras emprendemos las acciones encaminadas a recuperar la salud, cuando esto es físicamente posible, o, en caso contrario, tratar de aceptar lo que Dios disponga.  De ninguna manera se trata de quedarnos cruzados de brazos, esperando que nos lluevan las soluciones, pero todo ello con el corazón puesto en Dios y la mente puesta  al servicio de la realidad práctica.

Dora Castrillón – Spre. 11/03 

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