JUAN
SALVADOR GAVIOTA -
“JONATHAN LIVINGSTONE SEAGULL “
¡Y se atrevieron a
ser libres…!
Hace algunas décadas fue best
seller un estupendo libro de Richard Bach que se titulaba “JUAN
SALVADOR GAVIOTA”. Hablaba de una gaviota que
se atrevió a soñar. Le
interesaba ser ella misma, vivir intensamente, potenciar todos sus talentos y
posibilidades. Aceptaba
la vida monótona y siempre igual de la bandada que sólo se atrevía a vuelos
rastreros, sin alma, detrás de los desperdicios que arrojaban los barcos. Ella sentía en su alma el
llamado de las alturas, la vocación de libertad. Por atreverse a proponer una
vida distinta, la
aislaron, la dejaron sola, la tacharon de loca y la desterraron.
Juan Salvador, la pequeña gaviota, aceptó la soledad
del aprender de nuevo, la soledad de la búsqueda de mares nuevos, nuevos
cielos, nuevos horizontes. En
lo profundo de su corazón adolorido, sentía que sus alas habían nacido
para abrirse
a la inmensidad de lo desconocido.
Y se arriesgó. Tras muchos intentos fallidos, un día se
encontró surcando los altos cielos, azules, maravillosos, inmensos, con un halo
de eternidad. Y ese día
entendió por qué y
para qué había nacido gaviota.
Palpó el vértigo de lo profundo, vivió la
originalidad, la iniciativa, la creatividad. Experimentó las honduras de
la perfección: hasta el
final de lo entendido, llegar hasta la raíz, el manantial de su propio ser. Ya no se trataba tanto de
buscar la libertad, como
de ser libre. Y se
entregó apasionadamente a
ser ella misma, sin
ataduras ni temores.
Pero Juan Salvador Gaviota seguía amando a los suyos
a
pesar de que lo habían desterrado. Y
decidió volver a la bandada para enseñarles que la vida podía ser algo más interesante
que
comer y disputarse los desperdicios de los barcos. Estaba seguro de que su
empresa no iba a ser nada fácil, que de nuevo lo aislarían, lo
ofenderían, porque
no estaban dispuestos a cambiar ni a escuchar tranquilamente
que alguien les hablara de la necesidad de cambio.
No importaba que no lo comprendieran: con que una sola gaviota se
atreviera a soñar y aprender un nuevo vuelo, se justificaba su aventura. En el fondo de su corazón, Juan
Salvador Gaviota adivinaba que era imposible vivir intensamente su libertad sin intentar
liberar a otros, que
la plenitud implicaba el servicio. El
amor por los suyos, el
respeto merecido y el perdón, eran tan importantes para él, como su ansiada
libertad…
Juan Salvador Gaviota comprendió que el espíritu
no puede ser realmente libre sin la capacidad de perdonar…Esa capacidad de perdón fue
un imperativo necesario para elevarse a un plano superior…
Y volvió sin prédicas ni alardes…Solo trataba de ser
una
auténtica gaviota nacida
para volar. Poco
a poco algunas gaviotas jóvenes se fueron acercando a presenciar su
vuelo vigoroso. Y le
pidieron que les enseñara a volar, experimentar otra vida, atreverse a ser
libres. Y
se abrieron los cielos…
Juan Salvador disfrutaba del inmenso gozo que produce el
ayudar a otros…este gran paso lo convirtió en un verdadero maestro.
Todos podemos ser maestros de vuelos de altura,
sembradores de utopías, exploradores de nuevos cielos y mundos más allá de los
gritos y graznidos de la bandada, para que otros vean en nuestras
vidas una invitación a trascender, a ir más allá de sí mismos. Una invitación al riesgo de volar.
Por eso hoy más que nunca, necesitamos hombres y
mujeres que propongan pasión, el abrirse a la plenitud de lo desconocido, que
nos levanten de tanto vuelo rastrero, de tanta ilusión de plenitud en un mundo
sin horizontes ni sueños, que rescaten y propongan con esperanzadora firmeza la
vuelta a la utopía, el atreverse a construir un mundo donde sea posible la
libertad y la aventura del servicio.
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