domingo, 25 de enero de 2015

REFLEXIONANDO...


REFLEXIONANDO…

§  Niños en el asiento delantero pueden causar accidentes. Accidentes en el asiento trasero pueden causar niños.  
§  Si no puedes ayudar, molesta. Lo importante es participar.  
§  Si crees que el mejor camino para llegar al corazón de un hombre es por el estómago, es mejor que sepas que estás apuntando muy alto.  
§  Las mujeres son como las piscinas: sus costos de mantenimiento son muy elevados comparados con el tiempo que pasamos dentro de ellas.  
§  La mujer se casa pensando que él un día cambiará. El hombre se casa pensando que ella nunca cambiará. Ambos se equivocan.  
§  Nunca, bajo ninguna circunstancia, tomes una pastilla para dormir y un laxante al mismo tiempo.  
§  No te cases por dinero, puedes conseguir un préstamo más barato. 
§  Mi adorado viernes... te echaba de menos desde el lunes.  
§  Cuando una pareja de recién casados sonríe, todo el mundo sabe por qué. Cuando una pareja de diez años de casados sonríe, todo el mundo se pregunta por qué. 
§  Cuando un hombre le abre la puerta del coche a su esposa, usted puede estar seguro de una cosa: o el coche es nuevo, o la esposa es nueva. 
§  Le dije a mi marido que me llevara a ver Los Miserables, y nos quedamos una hora sentados mirando para el Congreso.  
§  Casarse por segunda vez es el triunfo de la esperanza sobre la experiencia. 
§  Aprende a usar las tildes para diferenciar las palabras,  porque entre lástima y lastima hay 23 cms de diferencia.  
§  Unos se casan por la iglesia, otros por idiotas. 
§  El matrimonio es una cadena tan pesada que para llevarla hace falta ser dos; y a menudo, tres. 
§  Casarse está bien. No casarse está mejor... 
§  Un día leí que las drogas eran malas, desde ese día dejé de leer.  
§  El mejor matrimonio sería aquél que reuniese a una mujer ciega con un marido sordo. 
§  El día de San Valentín es aquel en el que muchos casados caen en la cuenta de lo mal tirador que es Cupido. 
§  Divorcios en 24 horas. Satisfacción garantizada o le devolvemos a su cónyuge.  
§  Lo que teme un hombre cuando piensa en el matrimonio no es atarse a una mujer, sino separarse de todas las demás. 
§  La comida más peligrosa es la tarta de bodas. 
§  La inteligencia me persigue, pero yo soy más rápido. 
§  Casi siempre que un matrimonio se lleva bien es porque uno manda y el otro obedece. 
§  El amor es un largo y dulce sueño, y el matrimonio es el despertador. 
§  Cualquiera se puede equivocar, inclusive yo.  
§  No hay mujer fea solo belleza rara. 
§  Pitágoras inventó los corpiños para que los senos no se escapen por la tangente. 
§  Huye de las tentaciones, despacio, para que puedan alcanzarte.


EL OSO HAMBRIENTO

EL OSO HAMBRIENTO

Cierta vez un oso hambriento deambulaba por el bosque en busca de alimento.
Era una época de escasez; sin embargo, su olfato aguzado percibió olor a comida y lo siguió sin dudar. El aroma lo  condujo a un campamento. Afortunadamente el campamento estaba vacío; pero el olor provenía de una enorme olla de comida que estaba sobre una hoguera.  Rápidamente se dirigió hacia la comida y, haciendo unos malabares, logro sacar la olla del fuego.

El oso abrazó con todas sus fuerzas la gran olla al mismo tiempo que metía su cabeza dentro devorando con avidez todo lo que contenía.  Mientras abrazaba la olla, comenzó a percibir algo que le estaba molestando. En verdad, era el calor de la olla que le quemaba las patas,  el pecho y todo lugar de su cuerpo donde estuviera apoyada la olla.

El oso nunca había experimentado esa sensación. Interpretó que el dolor de las quemaduras era como algo que le impedía comer,  o como si algo quisiera sacarle la comida. Entonces, rugiendo con todas sus fuerzas, apretaba su preciado tesoro. Y consecuentemente,  cuanto más la apretaba, más le quemaba la olla caliente, y más fuerte rugía.

La comida hirviendo que había devorado, sumado a las quemaduras, mataron al oso.  Cuando los cazadores llegaron lo encontraron muerto recostado contra un árbol y sujetando aun su olla.  Todavía mantenía la expresión de haber estado rugiendo.

Cuando terminé de oír esta historia me di cuenta que, en nuestras vidas,
muchas veces abrazamos ciertas cosas que juzgamos importantes. Algunas de ellas nos traen dolor; nos queman por fuera y por dentro,  y aun así, las seguimos considerando importantes. Tenemos miedo de abandonarlas, y ese miedo nos sumerge en una situación de sufrimiento!

Apretamos esas cosas contra nuestros corazones y terminamos derrotados por algo que protegemos, creemos y defendemos.

En la vida, a veces es necesario reconocer que no siempre lo que parece la salvación nos va a dar condiciones  de proseguir hacia la meta.

Tengamos el coraje y la visión que el oso no tuvo.  Saquemos de nuestro camino todo aquello que hace que nuestro corazón arda.


Suelta la olla! Y cuando logres soltarla, te darás cuenta de que puedes liberarte y, con seguridad, todo irá mejor...

BENDICIENDO AL SEÑOR


  
 Bendiciendo al Señor

Señor,  yo te bendigo cada día,
cada noche que pasa te bendigo;
por el pan que me das,
por darme abrigo
y por todas las horas de alegría .

Es una bendición del alma mía
cada oración que fervoroso digo,
en humilde actitud,  como un mendigo
cuya existencia sólo a Ti confía.

Señor, yo te bendigo a cada instante
por tu bondad, que en dádiva incesante,
tu gran misericordia nos envía...

Por ser fuente de gracia inagotable,
Divina Potestad, Padre admirable,
mis labios te bendicen cada día...

J. Luis Alarcón B.

domingo, 18 de enero de 2015

PODER OLVIDAR, DÓN DE DIOS

Autor: Oscar Schmidt - Fuente: www.reinadelcielo.org

¡Dejar el pasado totalmente enterrado! Y viviendo la alegría de los hijos de Dios que se saben perdonados, y acogidos.


Mientras miraba una pequeña herida que me hice hace pocos días en mi mano, observaba como el daño en mi piel iba hora a hora desapareciendo, borrándose. Las células de a poco se iban regenerando para dejar mi piel exactamente como era antes del corte. ¿Acaso alguien puede dudar de la existencia de Dios, al observar cómo se suelda un hueso quebrado, o se cicatriza una herida?. Los médicos, testigos cotidianos de tantos milagros de sanación, debieran ser los primeros evangelizadores, como lo fue San Lucas. ¿Qué extraña fuerza interior puede producir la recomposición de las fibras, la regeneración de lo lastimado, si no es Dios?.

Hoy, meditando con inmenso dolor en muchas cosas no muy buenas que he hecho en mi pasado, he pensado que el poder olvidar es también un Don de Dios, es el equivalente a la cicatrización de las heridas. Es una forma que El nos concede de sanarnos interiormente, para poder seguir viviendo pese a los golpes que sufrimos en el transcurso de los años. Cuando el dolor o la culpa nos arrasan el alma, castigando nuestra mente con recuerdos dolorosos, sentimos una conmoción interior, una necesidad de apretar los dientes, una sacudida que nos dice, nos grita, ¡qué me ha pasado, qué he hecho!. Cuando estas arremetidas del pasado asaltan mi alma, suelo gritarle al Señor en mi interior: ¡piedad, Hijo de David!. Una y otra vez, le pido piedad a Jesús. Siento que estoy a la vera del camino de la vieja Palestina, mientras mi Señor pasa junto a mí, y le grito otra vez, ¡piedad, Hijo de David!. Sé que el dolor es parte de la sanación, pero cuando el Señor nos ha perdonado los pecados en el Sacramento de la Confesión, ¡El sí que los ha olvidado!.

Cómo nos cuesta entender y creer que Jesús realmente perdona y olvida nuestros pecados. Solemos confesar una y otra vez el mismo pecado cometido años atrás, demostrando falta de fe en nuestro Dios, que ya ha dado vuelta la página y nos ha lavado con el agua de Su Misericordia. Sin embargo, nosotros, seguimos volviendo a sentir esa espada que atraviesa nuestro corazón con ese recuerdo. Es en ese momento que debemos pedirle a Dios el Don de olvidar, de dejar atrás esa mancha oscura de nuestra alma, borrarla totalmente. Qué hermoso es conocer gente que tiene ese Don, esa capacidad de levantarse pese a las más profundas caídas, y puede mirar una vez más el futuro con optimismo y esperanza. ¡Dejando el pasado totalmente enterrado detrás de sí!. Y viviendo la alegría de los hijos de Dios, que se saben perdonados, y acogidos nuevamente en los brazos amorosos de María, nuestra Madre Misericordiosa.

El Señor nos ha dado todo lo que somos, ha impregnado nuestra naturaleza humana de dones, herramientas que debemos llevar por la vida como sostén de nuestro cuerpo y alma. El poder olvidar, dar vuelta la página de las etapas más dolorosas de nuestra vida, es también una herramienta que El nos concede. El poder olvidar es abrir las puertas a la cicatrización de las heridas del pasado, aceptando con fe, esperanza y alegría el perdón de nuestro Buen Dios.
Jesús, como el Gran Médico de las almas, quiere que vivamos de cara al futuro, con esperanza, confiados en Su perdón, felices de tenerlo como Dios y Amigo. Sé que tienes dolores, que los recuerdos te asaltan como un ladrón en la noche, cuando menos los esperas. Que quisieras volver al pasado, y cambiar tu historia. No quisiste vivir tanto dolor, es demasiado fuerte para poder soportarlo. ¡Pero se ha ido!. Mira la luz, mira el día, mira a la Madre de Jesús que te invita a amarla, que te ofrece sus brazos amorosos para cobijarte, para tenerte allí, junto a Ella, como lo hizo Jesús. ¿Acaso no te ha perdonado tu Dios?. Da vuelta a la página, ilumina tu rostro con una hermosa sonrisa, para que Jesús pueda mirarte, sonreír, y decirte:

¡Abrázame, dame tu amor, tu amistad, tu afecto, deseo tenerte en Mi, porque te quiero feliz de saber que te amo! 

EL OSO HAMBRIENTO

Cierta vez un oso hambriento deambulaba por el bosque en busca de alimento.
Era una época de escasez; sin embargo, su olfato aguzado percibió olor a comida y lo siguió sin dudar. El aroma lo  condujo a un campamento. Afortunadamente el campamento estaba vacío; pero el olor provenía de una enorme olla de comida que estaba sobre una hoguera.  Rápidamente se dirigió hacia la comida y, haciendo unos malabares, logro sacar la olla del fuego.

El oso abrazó con todas sus fuerzas la gran olla al mismo tiempo que metía su cabeza dentro devorando con avidez todo lo que contenía.  Mientras abrazaba la olla, comenzó a percibir algo que le estaba molestando. En verdad, era el calor de la olla que le quemaba las patas,  el pecho y todo lugar de su cuerpo donde estuviera apoyada la olla.

El oso nunca había experimentado esa sensación. Interpretó que el dolor de las quemaduras era como algo que le impedía comer,  o como si algo quisiera sacarle la comida. Entonces, rugiendo con todas sus fuerzas, apretaba su preciado tesoro. Y consecuentemente,  cuanto más la apretaba, más le quemaba la olla caliente, y más fuerte rugía.

La comida hirviendo que había devorado, sumado a las quemaduras, mataron al oso.  Cuando los cazadores llegaron lo encontraron muerto recostado contra un árbol y sujetando aun su olla.  Todavía mantenía la expresión de haber estado rugiendo.

Cuando terminé de oír esta historia me di cuenta que, en nuestras vidas,
muchas veces abrazamos ciertas cosas que juzgamos importantes. Algunas de ellas nos traen dolor; nos queman por fuera y por dentro,  y aun así, las seguimos considerando importantes. Tenemos miedo de abandonarlas, y ese miedo nos sumerge en una situación de sufrimiento!

Apretamos esas cosas contra nuestros corazones y terminamos derrotados por algo que protegemos, creemos y defendemos.

En la vida, a veces es necesario reconocer que no siempre lo que parece la salvación nos va a dar condiciones  de proseguir hacia la meta.

Tengamos el coraje y la visión que el oso no tuvo.  Saquemos de nuestro camino todo aquello que hace que nuestro corazón arda.


Suelta la olla! Y cuando logres soltarla, te darás cuenta de que puedes liberarte y, con seguridad, todo irá mejor...