Reflexiones
acerca de
las detestables "cadenas",
- ¡Qué
largas son esas cadenas! Llegan sin permiso a
millones y millones de personas. Se propagan a impulsos de dos alas muy
propias en el corazón humano: el anhelo de recibir buenas noticias, y el
temor de ser castigado. El deseo de recibir algo gratis, una sorpresa,
una sonrisa inmerecida, un regalo... ¡cuánto poder tiene en el corazón
humano! ¿Pero no es eso lo que hemos recibido de Dios Padre en la
Persona adorable de su Hijo Jesucristo, puesto que el Padre que nos ha
dado a su Hijo "cómo no nos dará con él todas las cosas"
(Romanos 8,32)? Y el temor de una reprimenda, de un error irreparable,
de un desengaño final, ¿no es de lo que hemos sido librados en Cristo, y
por eso se lee: "No pesa ya condenación alguna contra aquellos que
están en Cristo Jesús" (Romanos 8,1)?
- ¡Qué
pesadas son esas cadenas! Bajo su peso cruje la fe
verdadera. La manipulación de sentimientos y expectativas, ¿se puede
hacer impunemente? El tomar a los Santos Ángeles o a la Santísima Virgen
como si fueran piezas de un juego arbitrario que trae o quita la suerte,
¿no es un irrespeto del que nos advierte severamente la Carta de San
Judas? El deber de hacer algo, típicamente reenviar y reenviar mensajes,
no es pasatiempo absurdo que convierte el destino humano en un
caprichoso azar o en una muda ruleta? ¿Y dónde queda el Dios providente,
que sabe todo de nosotros (véase Lucas 12,7), si la supuesta suerte de
uno depende de revelaciones falsas y de uso abusivo e irrespetuoso del
lenguaje de la fe?
- ¡Qué
frágiles son esas cadenas! No tienen más poder que tu
decisión de transmitirlas, y hacerlas así fuertes, o dejarlas morir, y
así romperlas. Démonos cuenta de la espantosa fragilidad de las cadenas
cuando comprobamos que muchas empiezan con términos como el que he
transcrito hoy: "Por si acaso..." La pobre señora, pobre en la
fe, por lo menos, ni siquiera está segura de que eso es verdad. Pero su
mundo es el mundo del temor, de la incertidumbre, y por eso prefiere
encender una veladora a la superstición, que es como encendérsela al
demonio.
Estimados
amigos: sean libres en Jesucristo. Adoren,
como hace nuestra Santa Iglesia Católica, el beneplácito divino, el plan
bendito de nuestra salvación, que se hace presente de modo infinitamente
intenso en los sacramentos, y sobre todo, en la Eucaristía. Cristo rompe las
cadenas.
Fr. Nelson M.
amigos@fraynelson.com
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